9.8.07

Ganadores y perdedores

Conversaba con un colega que hay posturas que quedan mal, pero que son tan reales, tan necesarias. Se vuelven difíciles de sostener, porque uno corre el riesgo de ser catalogado como reaccionario. Seguramente, este país y el mundo quedaron lastimados por las represiones (dictadura, iglesia católica, etcétera) y esas heridas contribuyeron a desdibujar algunos límites que serían saludables.
Anoche miraba un rato el estreno de Gran Hermano 5 y, con total desparpajo, las nuevas estrellitas decían: "Vine a ganar", "Para mí el segundo es el primer perdedor", "Es un juego y vine a jugar, así que voy a hacer lo que sea necesario para llevarme el premio". Digamos, por si no fui tan explícito como quería, que en todo momento trataban de aclarar que lo más importante de la vida en la Tierra es su ego y que están dispuestos a pisar cabezas, si hace falta.
Ya sabemos lo que viene en los próximos días: la producción exaltará los valores más despreciables, para que el público se regocije: se incitará a los participantes a que generen conflictos, a que se envidien y luego a que se odien... Y nos van a mostrar desde distintos planos toneladas de ganas de coger contenidas.

Los mensajes que se imponen en determinados ámbitos culturales terminan bajando a la gente

Lo mismo pasa en el mundo del fútbol, pensaba. Se impuso el mensaje de que hay que ganar sí o sí. Y en los medios de comunicación, de que hay que vender sí o sí. Ahora, hay ganadores y perdedores y, lógico, nadie quiere estar entre los últimos.
¿Es posible una sociedad si quienes la forman se segregan entre ganadores y perdedores? Porque, es irrefutable: los mensajes que se imponen en determinados ámbitos culturales (como el todopoderoso fútbol, por ejemplo) terminan bajando a la gente, tarde o temprano. Me acuerdo, por ejemplo, del abogado Víctor Stinfale, que hace unos años, en un programa de TV (creo que en lo de Mauro Viale), se definió como "bilardista", porque en el ejercicio de su profesión lo que más le preocupaba era ganar, sin preocuparse tanto por el cómo.
Si el segundo no sirve, nadie se acuerda de él, fracasó y todo lo demás, ¿cómo vamos a reaccionar los miles de perdedores que vivimos en la gran ciudad? ¿Hay convivencia posible? Porque, obviamente, los millones de seres humanos que vivimos en este planeta no vamos a alcanzar muchos de nuestros sueños. ¿Fracasamos entonces?

Alguna vez escuche al Negro Dolina decir que añoraba aquellos tiempos en que la gente vivía sin pensar en perdedores y ganadores.

Quizá, no tener un buen trabajo y un auto importante determine que uno es "un perdedor". O por ahí, ser un perdedor es no poder levanterse a la mina que a uno le gusta. O quedarse sin trabajo. Así, de a poco, empiezo a comprender el resentimiento de los pobres. Y las urgencias espirituales de los que salen a robar. Ahora me cierra por qué vi a dos tipos, ayer, que se bajaron del auto en un semáforo y se rompieron la cara, porque uno se distrajo manejando, o no prendió la luz de giro, o alguna estupidez por el estilo. Claro, ninguno de los dos quería perder la intrascendente disputa.
Alguna vez escuche al Negro Dolina (no me cae bien, aclaro por si a alguien le interesa) decir que añoraba aquellos tiempos en que la gente vivía en los barrios sin pensar en perdedores y ganadores. Por allá estaba el peluquero, en la otra esquina el mecánico, a mitad de cuadra el vago que no laburaba y más allá el doctor, que andaba bien de plata. Pero todos se reencontraban en los festejos de carnaval, o en la charlita en el puestito de diarios. O en cualquier momento, en la vereda, sin correr contra el tiempo y contra los demás seres humanos. Dolina decía que la idea de dividirnos en ganadores y perdedores es una imposición cultural, sutil, que llegó de otro lado. Al fin de cuentas, todos hacemos lo que nuestra capacidad nos permite: a algunos les va mejor y a otros peor. Nada más que eso.
Hay que tener cuidado con los mensajes que nos llegan. Y que aplaudimos mientras se reproducen.

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