29.10.07

Dios salve a la Reina


Antes que nada, perdón por la ausencia... Y menos mal que ganó Cristina.
Durante todo 2002 la Argentina estuvo al borde de la desintegración. El presidente provisional Eduardo Duhalde llamó a elecciones anticipadas --seis días después del asesinato de Kosteki y Santillán en el Puente Pueyrredón-- para adelantarse a un nuevo final indecoroso. Mientras, los organismos internacionales pedían más ajuste y creían que la Argentina se había vuelto inviable. Ricardo López Murphy y Carlos Saúl Méndez pregonaban un programa acorde "al mundo del que formamos parte". Es decir, flexibilización laboral, mayor apertura de la economía, dólar bajo para que los ricos importen cosas a buen precio, universidades aranceladas... Sí, empezábamos a parecernos a Costa Rica o Guatemala. Y ese país escrito y firmado por Augusto Pinochet era un ejemplo de civismo, prosperidad y democracia. Debíamos imitarlos. ¡Los carabineros sí que saben controlar a las masas! Dominaba la pobreza (más del 50 por ciento de la población), la actividad económica estaba en retirada, el sistema financiero se caía a pedazos... Y casi todos mis amigos no tenían trabajo.
Con ese panorama, ligeramente mejorado por la gestión económica de Roberto Lavagna, el 25 de mayo de 2003 asumió la presidencia Néstor Carlos Kirchner, que se puso la banda con el 22% de los votos, porque Carlos Saúl Méndez no se animó a la segunda vuelta (y lo bien que hizo).
Los neoliberales, los periodistas --jueces infalibles-- y los analistas made in Harvard advertían que Kirchner sería un mandatario extremadamente débil. "Es el nuevo Cámpora, será el chirolita de Duhalde", se le escuchó decir al colaborador ideológico de cuanta dictadura pase por ahí, Mariano Grondona.
Cuatro años y cinco meses después de aquel mayo de 2003, los números dicen que la economía creció a tasas chinas (insólito desarrollo del 9% anual, al que en un principio los "infalibles analistas" calificaron de "veranito"), la desocupación bajó a un dígito, la industria de la construcción trabaja a pleno, la deuda con el FMI y sus antipáticos funcionarios de perfume francés y trajes italianos son un recuerdo y la Suprema Corte de Justicia se integró con juristas de renombre. Además, nos dimos el gusto de darle una paliza simbólica inolvidable a George W. Bush en Mar del Plata, en la Cumbre de las Américas celebrada en 2005, cuando enterramos el ALCA.


El progresismo mágico relincha y relincha, porque todavía no vivimos en el Paraíso


El ideario de Don Nobody (yo) es más progresista que el de este Gobierno, pero no se puede criticar a una administración que hizo tanto en tan poco tiempo (veníamos de: juntas militares-Alfonsín-Méndez-Deladuda).
Sí, faltan cosas. Muchas cosas. Pero parece estúpido castigar a este gobierno porque todavía no se solucionaron todos los problemas que afectan a todas las sociedades humanas, como la inseguridad o la inflación de precios. O la pobreza, que aunque está ahí, ha retrocedido marcadamente. Pero el progresismo mágico relincha y relincha, porque todavía no vivimos en el Paraíso.
Transformar un país lleva años. Y requiere pelearse con todos los grupos de poder, algo que no es posible hacer de un plumazo, si no se quiere durar menos que Salvador Allende.
En 2002 analistas nacionales y extranjeros decían que recuperar los indicadores que el país tenía antes de la devaluación iba a costar por lo menos 10 años (¡como los quiero chicos!).
¿Alguien cree que si a López Murphy, Méndez o Macri les hubiera tocado gobernar --con sus recetas de la US Embassy-- el país hubiera salido del abismo?
Debemos ser cuidadosos. Una de las gestiones más ordenadas y productivas en democracia, la del presidente radical Arturo Umberto Illia, fue barrida como consecuencia de la caricaturización del periodismo, la crítica feroz del progresismo mágico y el oportunismo de la derecha atroz (siempre viva).

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